La del Dos de Picas

Letras que coinciden, que crean, que llegan a donde se pueda…


Mamá Ofelia

Había dos seres a los que Mariela amaba más que nada en el mundo: mamá Ofelia, que en realidad era su abuela, y Molón, su gato moteado. Ellos vivían felices solos desde hacía varios años atrás y Mariela sentía que nada le faltaba en el mundo mientras los tres siguieran juntos.

Sin embargo, un día Molón se comportó muy agresivo con mamá Ofelia. El gato no dejaba de amenazar a la viejita y le bufaba cada que intentaba acercarse a Mariela. Pese a las súplicas de Mariela, mamá Ofelia tomó la escoba y lo corrió a golpes fuera de la casa. Molón permaneció vigilante en el patio y renuente a entrar, y en la noche desapareció. Mariela lo buscó incesantemente por donde pudo, pero Molón jamás volvió. La niña estaba desconsolada y buscó refugio en el regazo donde había anidado toda la vida, pero sólo encontró a su abuela indiferente y distante. Primero se lo atribuyó a que el cambio de Molón había provocado eso, pero, con el pasar de los días, resentía más y más las actitudes ajenas al comportamiento cotidiano de mamá Ofelia.

Una tarde, mamá Ofelia anunció que iba a casa de Cuca, su vecina y mejor amiga de toda la vida. Mariela fue corriendo a despedirla como siempre que salía, esperando las mil recomendaciones y bendiciones usuales, pero su abuela sólo salió dando un portazo. La desazón invadió el corazón de Mariela; sin embargo, no permitió que esa sensación la invadiera por mucho tiempo. La niña se puso a pensar qué podría hacer para recobrar el cariño de su querida abuela, y pronto llegó a la conclusión de que, si hacía el quehacer de la casa, su mamá Ofelia se pondría la mar de contenta en cuanto llegara y la colmaría de besos. Con ese deseo en el corazón Mariela limpió, barrió y trapeó la casa.

Cuando sólo le faltaba destender la ropa seca del patio, un olorcillo fétido llamó la atención de Mariela. Siguió el rastro hasta la covacha que tenían al fondo del patio, donde había trastos viejos y cosas inservibles. Allí el hedor se percibía mucho más a causa de la nula ventilación y el polvo.

A Mariela se le estrujó el corazón y se le revolvió el estómago, pero entró de todos modos. Del rincón donde provenía el hedor encontró a Molón, o lo que quedaba de él, ya que sólo estaba la cabeza intacta y parte de la columna vertebral, y la carne se veía desgarrada. Sin embargo, Molón no era lo que hedía, sino los restos putrefactos de la que antes fuera su mamá Ofelia, sólo reconocible por su cabello cano amarrado en chongo y el camafeo que siempre había portado. Su rostro se veía contraído en un rictus de horror eterno, y de ella sólo quedaba la cabeza, huesos y unas pocas vísceras mosqueadas y llenas de larvas. Mariela lloró sin poder creer lo que veía.

En ese momento, la niña escuchó el chirrido de la puerta de la covacha y se perfiló la sombra de la figura de su abuela en los trastos iluminados. Al voltear, lo último que vio fue el dulce rostro de mamá Ofelia deformarse en una boca enorme y llena de colmillos, luego todo se volvió negro.



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Mercenaria de historias y rescatista de letras perdidas, huérfanas, abandonadas o vituperadas. Frase favorita: «No olvides que en la vida impera la alternancia». O, en otras palabras, «unas veces laureada, otras la gata bajo la lluvia».

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